Crónicas del contrafestejo



Salida: las manos y el fuego

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El contrafestejo es la denuncia del vacío epifánico de la celebración. Porque en ella, durante 514 años, el descubrimiento del Otro estuvo encubierto. El rito regresaba. Regreso del llamado de voces ancestrales. La celebración por la libertad digna. Hay quienes preferimos destacar lo olvidado por sobre aquello cíclica y oficialmente recordado. La propuesta era reunirnos a las 19.00. Más de una hora estuvimos enterándonos de que la llamada se había gestado, de que nos estábamos esperando. Como todo susurro se fue sobrevolando de oreja en boca por los resquicios de la tierra. Luego del devenir eterno del fuego para amoldar los parches de los tambores, comenzamos a revivir una ancestral música, que nos conecta con la tierra, con el latir de nuestros pies al vibrar de los festejos, fusionando tonalidades, energías. Conectándonos. Llegaban las 20.00 de nuestro tradicional calendario. Comenzaba la andanza…


La llamada: los tambores y el fuego

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...el cuerpo es uno de los invisibles de la multiplicidad. La unidad de los infinitos proyectada en un multifacètico de: celulas, particulas, olores, texturas, paisajes, espermatozoides, glucosas. Y allí marchaba esta multitud reinventando las metàforas urbanas. En los edificios se enmascaraban jirafas susurrando las danzas a las nubes alcauciles que, contagiadas de bailoteras ritmicas, bajaban como aire para meterse sobre el asfalto, que ya venìa saboreandose de goma espuma, entre las suelas que zapateaban esas vibraciones de tambores que hacían creer. Quizás solo por veloces minutos para algunos, o quizás para toda la vida para otros, hacían creer, decía, que el instante es aquello que dura toda la vida. Y así fue llegando la marcha de los cualquiera a un pasaje hacia otra expedicion.


Baile: el cuerpo y el fuego

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La llamada había terminado con una canción cantada por muchos y muchas en la esquina de Colón y Pasaje Baucis. La invitación era contundente: a meterse en el pasaje que iba a comenzar el bailongo. Así se terminaría este rito político: bailando. Aparecieron los tangos, las chacareras, los chamamés. La rueda, ancestral figura de baile, se armaba con timidez, sin prisa, pero sin pausa. Al sonar de los festejos peruanos, ya era la mayoría la que estaba bibrando. Vinieron las cumbias y los ballenatos, el son y la rumba, para llegar a los ritmos brasileños, el candombe y reggae, y en el final, un pastiche de ritmos latinos actuales, de sonido más modernos si se quiere. Ronda, baile, ritmos, reunión de la cabeza y el cuerpo, velocidades otras, fuegos. Se hizo de la danza una palabra, una palabra de muchas sonoridades y pliegues, una palabra que es muchas. Esa otra palabra que nos llama a otras vidas y otros mundos posibles.

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